|
El temor y el terror contra el estado del derecho |
La semana pasada Ahmadinejad nuevamente expresó su odio hacia Israel denominando su existencia como “un insulto a la humanidad”, que los sionistas eran un cáncer que hay que extirpar de raíz. La reacción del mundo civilizado a este discurso, abogando por la desaparición un estado soberano y sus habitantes fue la de siempre: silencio.
El 18 de agosto, el secretario general del grupo terrorista libanés Hezbollah, Hassan Nasrallah, declaró que estaban dispuestos a asesinar decenas de miles de civiles israelíes atacando blancos específicos mediante el uso de cohetes teledirigidos.
En Europa, en el pasado y aún en el presente, hay gente que considera la mera existencia de los judíos como una aberración. Esta mentalidad permitió que se produjeran abusos, matanzas y, finalmente, el holocausto de seis millones de judíos a mediados del siglo pasado.
¿Por qué Ahmadinejad y Nasrallah se atreven a expresarse de este modo? Porque pueden. Saben que pueden, porque ya lo han hecho antes y no pasó nada. Saben que pueden, porque a pesar de sus intenciones de armarse con artefactos nucleares para destruir a Israel, a sus vecinos y a quien se les antoje, los países europeos, latinoamericanos, asiáticos y africanos mantienen relaciones diplomáticas y comerciales con Irán como con cualquier país normal.