Kabul, Afganistán— En su última llamada a casa, el cabo Gregory Buckley Jr. dijo a su padre lo que estaba inquietándolo: desde su litera en el sur de Afganistán, podía oír a policías afganos abusar sexualmente de menores que habían traído a la base.
“Por la noche podemos oírlos gritar, pero no se nos permite hacer nada al respecto”, recordó el padre del miembro de infantería de la Marina, Gregory Buckley, que su hijo le contó antes de que en 2012 fuera baleado a muerte en la base. Buckley padre instó a su hijo a notificar a sus superiores. “Mi hijo dijo que sus oficiales le dijeron que hiciera la vista gorda porque así es su cultura”.
Abajo un vídeo sobre el tema
Desde hace largo tiempo el desenfrenado abuso sexual de menores ha representado un problema en Afganistán, sobre todo entre los comandantes armados que dominan gran parte de la zona rural y pueden intimidar a la población. Dicha costumbre se denomina bacha bazi, literalmente “juego de niños”, y a los soldados y elementos de infantería de la Marina estadounidenses se les han girado instrucciones de no intervenir –en ciertos casos, ni siquiera cuando sus aliados afganos han abusado de menores en las bases militares, de acuerdo con entrevistas y documentos legales.La política ha persistido al tiempo que las fuerzas de Estados Unidos han reclutado y organizado milicias afganas a fin de conservar territorio que es amenazado por los talibanes. Pero a los soldados y los infantes de la Marina cada vez les ha inquietado más que en lugar de suprimir a los pedófilos, las fuerzas estadounidenses estuvieran armándolos y nombrándolos comandantes de poblados –y haciendo poco cuando empezaron a abusar de niños.
“La razón por la cual estamos aquí es que oímos las cosas terribles que los talibanes estaban haciéndole a la gente, cómo estaban arrebatándoles sus derechos humanos”, dijo Dan Quinn, ex capitán de fuerzas especiales que golpeó a un comandante de una milicia respaldada por Estados Unidos debido a que mantenía encadenado a su cama como esclavo sexual a un niño. “Pero estamos poniendo en el poder a gente que hace cosas peores que las que hicieron los talibanes –eso fue algo que me comentaron los ancianos de los poblados”.
La política de ordenar a los soldados ignorar el abuso sexual infantil que cometen sus aliados afganos está siendo sometida a un examen exhaustivo de nuevo, especialmente al salir a la luz que miembros en servicio como Quinn han sido sometidos a medidas disciplinarias, llegando inclusive a arruinar sus carreras, por desobedecerla.
Después de la golpiza, el Ejército retiró a Quinn de su cargo y lo sacó de Afganistán. Él ya abandonó las fuerzas militares.
Cuatro años más tarde, el Ejército está intentando asimismo obligar a retirarse al sargento de primera clase Charles Martland, integrante de las fuerzas especiales que golpeó junto a Quinn al comandante.
“El Ejército sostiene que Martland y otros deben hacerse de la vista gorda (aseveración que creo no tiene sentido)”, escribió la semana pasada a la inspección general del Pentágono el representante republicano por California Duncan Hunter, quien tiene la esperanza de salvar la carrera de Martland.
En el caso de Martland, el Ejército señaló no poder emitir comentarios debido al Decreto sobre Privacidad.
La política estadounidense de no intervención tiene el propósito de mantener buenas relaciones con la Policía y las unidades milicianas afganas a las cuales Estados Unidos ha entrenado para combatir a los talibanes. Refleja asimismo la renuencia a imponer valores culturales en un país donde abunda la pederastia, sobre todo entre los hombres poderosos, para quienes permanecer rodeados de adolescentes jóvenes puede constituir indicio de estatus social.
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