domingo, 26 de agosto de 2012

Terror y venganza en Siria, tras la masacre de Daraya

Cadáveres sirios asesinados por las tropas de
 Assad, enterrados en una fosa en Daraya

Hay cadáveres en las mezquitas, en las calles, en los campos. Son testigos silenciosos de la batalla en la pequeña localidad de Daraya, una lucha en la que no hubo compasión, ni para los civiles inocentes ni para los presos.

Pasa un pequeño tractor deja una sanja larga de mas de 100 metros y no mas de un metro de profundidad en la arena y allí entierran a varias decenas de cadáveres sanguinolentos apilados uno al lado del otro.

Al otro día a pocos metros vuelven a hacer otra sanja paralela y repiten la operación pues inmediatamente hay una invasión de moscas y de olores nauseabundos.

Con las imágenes grabadas en video y las informaciones que salen a la luz el día tras el fin de la ofensiva militar en esta localidad de la periferia de Damasco se puede reconstruir más o menos lo que allí ocurrió.

Después de que la cifra de insurgentes armados aumentase en esta región al sur de la capital, el Ejército abrió fuego con artillería. Dariya se encuentra en la línea de suministro de los insurgentes en la capital.
Los helicópteros salieron para atacar a los adversarios del régimen. Cuando los revolucionarios pobremente armados tuvieron que ceder, avanzaron las tropas del presidente Asad en la ciudad y dispararon a decenas de hombres, sobre todo jóvenes.

No se descarta que algunos de los muertos fuesen presuntos simpatizantes del régimen, que fueron abatidos por las brigadas revolucionarias. El conflicto que dura desde hace 17 meses ha hecho fermentar entre los insurgentes una cultura de venganza.

Y a diferencia de los desertores, que se han unido al Ejército Libre de Siria, muchos combatientes luchan bajo el estandarte del islam sunita. Y ven como enemigos a la minoría alauita, a la que pertenecen principalmente la cúpula del poder en Siria, y su milicia. Han secuestrado y matado también sunitas, si a su consideración eran cómplices del régimen. Pero todo parece indicar que algunos de los combatientes que luchan contra el régimen de Asad se plantean menos el tema de la responsabilidad individual si un alauita cae en sus manos.

"Exigimos la intervención inmediata de la comunidad internacional para proteger al pueblo sirio", se asegura en una declaración actual de la "Alianza Siria Democrática y Secular". Bajo el concepto "intervención" entienden la imposición de una zona de prohibición de vuelo con ataques aéreos, como hizo la OTAN en Libia. Los adversarios laicos del régimen consideran: "Guardar silencio y aguantar conducirá a más caos y violencia a las diferentes confesiones".

El temor de las minorías

Entre los máximos líderes de la iglesia cristiana en Siria crece el temor de que también los miembros de las minorías cristianas acaben pronto viéndose arrastrados al sangriento conflicto, ya sea como combatientes o como víctimas de los milicianos islamistas. "Rechazamos cualquier forma de extremismo religioso, y toda forma de amenaza que pueda ir contra los diferentes grupos de nuestra sociedad", explicaron las máximas autoridades religiosas en la provincia de Alepo, donde se llevan a cabo combates. De acuerdo con los activistas, el viernes se encontraron en una reunión de crisis.
'Ya hemos sacrificado bastante, en algún momento esto tiene que parar'
Pero las voces de los que no están armados y piden el fin de la violencia parece que llegan poco a las personas que desde hace meses luchan o han huido presas del pánico a la luz de las atrocidades del régimen y de la radicalización del movimiento revolucionario. "Ya hemos sacrificado bastante, en algún momento esto tiene que parar", pide con amargura una siria, mientras avanza como puede por la mitad de su casa destruida. Esta madre de la provincia de Alepo simpatiza con los objetivos de la insurgencia contra Al Assad, pero desde que ha perdido a su tío abuelo y a su sobrina nieta de ocho años tan sólo quiere que pare la guerra.

Sabe que sus palabras no llegarán a los comandantes de las brigadas revolucionarias, pero ella tan sólo ve a su tía Halima llorar en el patio en ruinas de lo que una vez fue su casa.

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